jueves, 24 de noviembre de 2011

Una cárcel de mentes

Los locales de comidas rápidas resultan una excelente opción para la sociedad actual carente de tiempo. Pero también son una apuesta tentadora para los jóvenes que buscan su primer empleo en una mundo en donde la inserción laboral es un camino complicado.

Al ingresar todo parece fantástico: jornadas laborales cortas que permiten estudiar, refrigerio incluido en el sueldo, pago quincenal que permite disponer de dinero rápidamente, posibilidades de ascenso, trabajo en blanco, obra social, entre otros beneficios. Pero lentamente, ese simil mundo de hadas se derrumba a los pocos meses de trabajo. Lo más preocupante es que muchos empleados no pueden advertir que esto sucede.

A simple vista, la disposición de las mesas de la misma manera, una decoración uniforme y monótona se repite en los diferentes locales de estas cadenas gastronómicas. Lejos está la creatividad, el diseño y la originalidad.

Los trabajadores de estos lugares se encuentran inmersos en esta vorágine. Deben resolver órdenes lo más rápido posible porque precisamente el ahorro de tiempo es la principal carta de estos lugares. Basta detenerse unos segundos para observar que realizan movimientos robóticos intentando resolver la mayor cantidad de acciones posibles.

Para economizar tiempo, su diccionario se reduce a unas pocas seudo palabras: porfi, combo 1, combo 2, combo 3, ¿me anulás?, break, hora crush, entre otras.

Los chicos que cumplen el rol de cajeros tienen un beneficio extra a diferencia del resto: ellos son los únicos privilegiados que pueden reproducir una mayor cantidad de palabras en relación con los empleados de la cocina que sólo se dedican a duplicar hamburguesas sin parar casi incomunicados con el exterior y sin posibilidades reales de establecer un diálogo inmersos en un ambiente de bullicio y alarmas que suenan.

Digitan botones, sacan helados industriales en menos de dos minutos, acomodan pedidos con un orden prestablecido, limpian el piso, llenan máquinas de gaseosas y condimentan papas fritas sin ningún margen de error.

Los superiores muchas veces hacen sus mismas tareas además de controlar que las cosas funcionen correctamente y que nada se salga de las órdenes preestablecidas en cualquier local de comidas rápidas del mundo.

Todo este escenario es controlado por numerosas cámaras de seguridad que supervisan hasta el más mínimo rincón para evaluar que todos los empleados realicen únicamente las tareas que les fueron asignadas.

Sin darse cuenta, los trabajadores de locales de comidas rápidas pierden la capacidad de razonamiento, la inventiva, la creatividad, y por sobre todo el control de sí mismo. Al igual que Winston, el personaje que encarna George Orwell en su obra 1984, son víctimas de un mega poder capaz de censurar el pensamiento y controlar así sus mentes como si fueran robots.

A diferencia del escenario que plantea el autor, estos jóvenes tienen posibilidades mayores de recuperar su capacidad de análisis y pensamiento. Todavía pueden ponerle fin a esa realidad automática, a esa cárcel de mentes.

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