jueves, 24 de noviembre de 2011

Una cárcel de mentes

Los locales de comidas rápidas resultan una excelente opción para la sociedad actual carente de tiempo. Pero también son una apuesta tentadora para los jóvenes que buscan su primer empleo en una mundo en donde la inserción laboral es un camino complicado.

Al ingresar todo parece fantástico: jornadas laborales cortas que permiten estudiar, refrigerio incluido en el sueldo, pago quincenal que permite disponer de dinero rápidamente, posibilidades de ascenso, trabajo en blanco, obra social, entre otros beneficios. Pero lentamente, ese simil mundo de hadas se derrumba a los pocos meses de trabajo. Lo más preocupante es que muchos empleados no pueden advertir que esto sucede.

A simple vista, la disposición de las mesas de la misma manera, una decoración uniforme y monótona se repite en los diferentes locales de estas cadenas gastronómicas. Lejos está la creatividad, el diseño y la originalidad.

Los trabajadores de estos lugares se encuentran inmersos en esta vorágine. Deben resolver órdenes lo más rápido posible porque precisamente el ahorro de tiempo es la principal carta de estos lugares. Basta detenerse unos segundos para observar que realizan movimientos robóticos intentando resolver la mayor cantidad de acciones posibles.

Para economizar tiempo, su diccionario se reduce a unas pocas seudo palabras: porfi, combo 1, combo 2, combo 3, ¿me anulás?, break, hora crush, entre otras.

Los chicos que cumplen el rol de cajeros tienen un beneficio extra a diferencia del resto: ellos son los únicos privilegiados que pueden reproducir una mayor cantidad de palabras en relación con los empleados de la cocina que sólo se dedican a duplicar hamburguesas sin parar casi incomunicados con el exterior y sin posibilidades reales de establecer un diálogo inmersos en un ambiente de bullicio y alarmas que suenan.

Digitan botones, sacan helados industriales en menos de dos minutos, acomodan pedidos con un orden prestablecido, limpian el piso, llenan máquinas de gaseosas y condimentan papas fritas sin ningún margen de error.

Los superiores muchas veces hacen sus mismas tareas además de controlar que las cosas funcionen correctamente y que nada se salga de las órdenes preestablecidas en cualquier local de comidas rápidas del mundo.

Todo este escenario es controlado por numerosas cámaras de seguridad que supervisan hasta el más mínimo rincón para evaluar que todos los empleados realicen únicamente las tareas que les fueron asignadas.

Sin darse cuenta, los trabajadores de locales de comidas rápidas pierden la capacidad de razonamiento, la inventiva, la creatividad, y por sobre todo el control de sí mismo. Al igual que Winston, el personaje que encarna George Orwell en su obra 1984, son víctimas de un mega poder capaz de censurar el pensamiento y controlar así sus mentes como si fueran robots.

A diferencia del escenario que plantea el autor, estos jóvenes tienen posibilidades mayores de recuperar su capacidad de análisis y pensamiento. Todavía pueden ponerle fin a esa realidad automática, a esa cárcel de mentes.

Control del tiempo

Un olor nauseabundo invadió mis fosas nasales. Mezcla de sudor y humedad. Por un momento no pude percibir ningún otro aroma. Apenas un ventilador sucio intentaba remover un aire completamente viciado.

El reloj marcaba las 13.30, sólo disponía de media hora para comer antes de entrar a trabajar. Una seudo cantina subterránea de la Línea C resultó la mejor opción para intentar engañar el estómago. Todos los visitantes estábamos de paso.

El paisaje era monótono y desagradable. Sólo se escuchaban murmullos. La gente caminaba de un lado hacia el otro sin parar en ningún lugar. Subían y bajaban escaleras, corrían y se chocaban sin detenerse a pedir disculpas.

En el puesto de comidas la situación era exactamente igual con gente que hacía largas filas que avanzaban lentamente para intentar comer un menú que no escapaba de las hamburguesas o los panchos. Había poco tiempo para elegir. Las banquetas del lugar eran pocas para la cantidad de personas que había por lo que encontrar un asiento era para privilegiados. Aquellas que podían sentarse se amontonaban casi chocándose con los codos resignando comodidad y espacio.

Un señor que esperaba su pedido miraba hacia todos lados. Su rostro fresco no aparentaba más de 40 años. Se encontraba sentado en uno de las pocas banquetas porque seguramente había llegado temprano. Estaba con un elegante vestido de traje gris y corbata azul marino. El refinado vestuario no hacía juego con la rusticidad del lugar, las paredes húmedas y el techo resquebrajado.

En un momento del almuerzo, el hombre se dio vuelta hacia un costado, apeló a la solidaridad y le pregunto a la persona más cercana: “¿Te dieron servilletas? ¿Me podrás compartir alguna?”. Pero fue como si le hubiera hablado al aire. Sus palabras retumbaron en el ambiente pero no tuvieron repercusión. Ese comensal nunca giró la cabeza ni esbozó ningún gesto que indicara una respuesta. Nunca atinó a responderle, sólo se limpio las manos y continuó comiendo como si no hubiera escuchado nada.

La espera termino. El hombre recibió el pedido en una monótona bandeja marrón oscura y se puso a comer casi sin respirar. No había segundos para derrochar.

De pronto, todos éramos como Winston, el personaje estelar del libro 1984 de George Orwell. No era el gran Hermano, la telepantalla ni un estado totalitario sino el tiempo que nos controlaba y nos hacía sus esclavos. Estábamos bajo el dominio absoluto de él que no nos dejaba otra posibilidad. Ni siquiera la cantina encontrábamos un espacio para distendernos y poder comer.

El contexto tampoco ayudaba. No había tiempo para reflexiones porque ahorrar segundos resultaba la única opción. Había que desalojar las sillas lo más rápido posible. Esa parecía la alternativa de toda esa gente que al igual que Winston intentaba pensar aunque en ese contexto fuera matemáticamente imposible.

Una señora que se encontraba comiendo en el lugar manchó de mostaza a otra que se encontraba a su lado. Pero no se disgustó por la situación. A diferencia de las dos personas anteriores, ellas se encontraban paradas pero poco les importaba. Se reían y hablaban como si estuvieran almorzando en el mejor local gastronómico del mundo al lado de personas respetadas o del ambiente del espectáculo.

Aquel primer hombre de traje seguía mirando la escena. Sus ojos demostraban disgusto. Cuando terminó de comer su hamburguesa completa, se levantó del asiento e inmediatamente una persona que lo esperaba detrás pasó a ocupar su lugar. Subió las escaleras y ya en la calle paró el colectivo 12 y se subió apresuradamente. Los segundos corrían, no había tiempo que perder.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Una apuesta a la gastronomía

Los chicos esperaban ansiosos el momento de la definición. Sus caras reflejaban la ansiedad hasta que finalmente escucharon las palabras que terminaron con la larga espera. El restaurante Milho resultó ganador del concurso del Menú Tigre 2011 organizado por el municipio en conjunto con el Instituto Argentino de Gastronomía (IAG) que encabeza el prestigioso chef Ariel Rodriguez Palacios. La ceremonia tuvo asilo en el Hotel Intercontinental de Nordelta con el objetivo de encontrar el plato más significativo que resuma sabores, concordancia, armonía y refinada presentación.

El restó ganador se hizo poseedor de 20 mil pesos para refacciones, una beca para un integrante del local gastronómico en la carrera de Cocinero Profesional dictada por el Centro de Estudios Culinarios de Rodriguez Palacios y la elaboración de la receta ganadora en el programa que el reconocido chef conduce en Canal 9. El segundo puesto de la competencia quedó en manos de Barrancas de Pacheco que obtuvo 15 mil pesos mientras que el tercer premio fue para Potranca de Villa La Ñata que ganó 10 mil.

El intendente Sergio Massa fue partícipe de la celebración en la que anunció además la creación de un nuevo polo gastronómico en su municipio. “La realización de esta edición nos llena de orgullo, ver que muchos de los restaurantes que presentaron sus menúes a su vez son aptos para celíacos, nos demuestra el camino que venimos desarrollando para la integración, para que Tigre sea un destino para todos”, declaró el funcionario.

Más allá del componente político, este anuncio es un paso positivo para el relegado mundo de la gastronomía. El concurso funciona como punto de partida para que otros municipios lo tomen como referencia y diseñen políticas que apunten a emplear a los estudiantes de gastronomía que muchas veces encuentran su única fuente de trabajo en los hoteles o restaurantes pequeños.

Esta claro que la oferta de cocineros es mayor a la demanda por lo que este nuevo polo culinario significa un horizonte positivo, una cuota de ánimo para montones de aspirantes que muchas veces no encuentran el rumbo.

Pero además de una apuesta, estos premios son una iniciativa que apela a despertar la creatividad y al incentivo de muchas camadas de jóvenes chefs que egresan de los más de 180 institutos de cocina que se encuentran dispersos por todo el país. El concurso generó adrenalina y despertó el espíritu de inventiva para diseñar un menú que pudiera satisfacer las exigencias de un estricto jurado.

Menú Tigre 2011 significó una apuesta a la gastronomía, ese maravilloso mundo que muchas veces está al margen de las políticas de estado.

lunes, 21 de noviembre de 2011

"La gastronomía está decayendo"

A diferencia de la entrevista anterior, Matías Panizza siempre supo que quería ser cocinero. Desde que miraba a su tía y a su abuela cocinar nunca más se despegó del mundo de la gastronomía.

El joven Panadero estudió en el Instituto Argentino de Gastronomía y desde el 2004 dicta clases en la misma escuela de la mano de su gran maestro Osvaldo Gross. En el 2008 ganó el Desafío Yo quiero ser Gourmet y gracias a esa oportunidad tuvo su propio programa, Nueva Generación, en la señal gastronómica más importante de Latinoamérica. Además produjo para el ciclo ABC Panadería para el mismo canal.

Matías es simpático y amable. Bajó de su auto rápidamente y se dirigió hacia una mesa de El Piave, típico bar de Barracas. Los minutos corren rápidamente. Desde la calle, sus amigos lo saludan a través del ventanal del lugar, pero él nunca abandona la charla.


- ¿Cómo fue que decidiste anotarte en el reality de El Gourmet”?

En realidad yo trabajaba con Osvaldo (Gross) desde hacía mucho tiempo. Él sabía que yo era medio cholulo entonces me llamó y me dijo que me había anotado en ese reality. Al principio no me convencía porque era de cocina caliente y yo no me sentía muy cómodo en esa rama. Pero finalmente participé y me fue bastante bien.


- ¿Qué anécdota recordás de ese momento?

Yo jugaba a la pelota con mis amigos y me tenía que operar de la rodilla. En el concurso me hacían correr para ir a comprar las cosas porque era todo por tiempo. Y corría y me dolía y los chicos me cargaban porque no podía ir a jugar al fútbol. El día que yo gané el concurso, esto nunca lo conté, fue en un teatro y había 25 chefs. En un momento nos hicieron ir mientras los cocineros que hacían de jurado decidían quien ganaba. Después de media hora nos permitieron entrar y la escribana me miró y me hizo un gesto con la cabeza como para demostrarme que había ganado. Entonces me quedé tranquilo esperando que digan mi nombre y por suerte me eligieron a mí.


- ¿Cómo trabaja la señal de El Gourmet?

Yo siempre digo para que lo entiendas: trabajar en El Gourmet es como para una bailarina trabajar en Showmatch. Es impresionante porque cuidan todos los detalles. Te miman para que todo salga a la perfección. Siempre te hacen hincapié en la limpieza, en el orden pero por sobre todo en demostrar seguridad. El Gourmet brinda una propuesta muy buena y diferente a los canales que había antes.


- ¿Qué chef le aportó más a tu carrera?

Osvaldo Gross sin duda. Hace siete años que trabajo con él, recorro todo el país y no paro de aprender. Es increíble la pastelería que hace. Él resume la perfección.


- ¿Qué intentás transmitirles a los alumnos?

Primero ponerles los pies sobre la tierra porque tengo un montón de chicos que vienen a estudiar porque es una carrera corta. Uno trata de decirles que es una profesión difícil, que vos trabajas cuando todos festejan, que no vas a tener más días de la madre porque uno ya pasó por esa experiencia. Cuando les explicás eso y les ves las caras te das cuenta quien realmente tiene ganas de seguir. Trato de transmitirles todas mis experiencias porque amo lo que hago. De todos los trabajos que tuve es el más lindo.


- ¿Qué notás de las nuevas camadas de cocineros?

Lo que pasa es que para mí la gastronomía está decayendo. Hace 10 años había una mejor cocina más que nada por la importación. Ahora uno pide cosas de afuera como moldes y cuchillos y no llegan. Pero ahora los chicos están más preparados porque cuando yo estudiaba no había tanta variedad de información. Al que le gusta empieza a investigar y cuando le decís algo de asientan con la cabeza. Antes el que estudiaba gastronomía era para encerrarse en un restaurant. Ahora es para estar en la tele o para escribir en alguna revista.


- ¿Cuál fue la experiencia más linda que te dio ser chef?

Enseñar todos los días es algo hermoso pero también disfruto mucho cuando doy cursos para la gente discapacitada. Una de las cosas que más me gustaron hacer fue ir a Orán (Salta) con Osvaldo Gross a dar una clase. Fue maravilloso ver la humildad y la fuerza de voluntad que tenía esa gente donde se las ingeniaban para cocinar con lo poco que tenían. Su única guía de estudio era un libro de Osvaldo. Batían en baldes de cocina, los moldes eran latas, usaban sachets de leche como mangas. El agradecimiento de esas personas fue una de mis experiencias más lindas.


- Como cocinero ¿Cómo te definís?

Clásico. Ahora está la vanguardia, la espuma pero a mí eso no me va. Yo soy de una familia italiana clásica amante de hacer las cosas prolijas. Yo quiero comer. Vos ahora vas a un restaurant y te ponen seis cositas en un plato que no te llenan. A mí me gusta comer un guiso o algo chocolatoso. Quiero porciones grandes.


- ¿Qué es lo primero que mirás cuando vas a un restaurante?

La panera. Es lo primero que te ponen. Si te dan dos panes duros no tenés que esperar mucho del plato que le sigue. Para mí una buena panera con pan casero dice muchísimo.


- ¿Qué intentás demostrar con tus platos?

Como trabajo mucho con la panadería me gusta demostrar que el pan no tiene que acompañar solamente a la comida sino que puede formar parte de ella. Me gusta trabajar en un postre o en un plato principal y ponerle una masa con levadura. A ver, uno come los fideos con el pan al lado del plato y yo quiero ponerlo adentro. La gente es como no le da valor pero yo quiero lograr que sea importante.


- ¿Qué es lo máximo para un cocinero?


Para mí lo mejor desde que terminé de estudiar es enseñar. Pero muchos te van a decir que es tener su propio restaurant y cocinar su comida. Para mí lo máximo es poder compartir mis propias experiencias con mis alumnos.


- ¿Te gustaría tener tu propio restaurante?

No, es muy sacrificado porque tenés que estar pendiente de muchas cosas fuera de la cocina y yo quiero estar dentro de ella. Debería que estar en diez mil detalles a la vez y no lo disfrutaría.


- ¿Qué es lo más lindo de cocinar?

Ver como disfrutan los otros. Cuando hacés un asado con amor es hermoso ver como comen los demás. Eso es algo único.

La décima de Plato hondo

El secreto de su fórmula es tan misterioso como el de la Coca Cola. Permanece hermético desde hace más de 150 años. En los libros de cocina se encuentran recetas similares, pero sólo son meros acercamientos. Los únicos que tienen la clave del secreto son los empleados del Hotel Sacher situado en la ciudad de Viena, Austria.

El refinado lugar exporta por año 36.000 unidades de la típica torta austríaca a diferentes partes del mundo que se desvelan por probar este manjar. Los pedidos se hacen con amplia anticipación que muchas veces supera los dos meses de espera.

Se tiene la certeza de que la torta Sacher o Sachertorte no lleva ningún tipo de conservantes y es totalmente artesanal. El suculento exponente de la pastelería es empacado con un lujoso envoltorio exclusivo del hotel fabricante.

Su origen no es una incógnita: El manjar vio la luz en 1832 casi por accidente. Sucedió que el príncipe austríaco Wenzel Clemens Matternich iba a hacer una reunión y quería agazajar a sus invitados con un postre original. Pero un imprevisto atravesó la historia: el prestigioso chef que trabajaba en el palacio vienés estaba enfermo y tuvo que ser reemplazado de urgencia por Frauz Sacher, un inexperto de apenas 16 años que carecía de la sabiduría del cocinero titular. Pero el joven superó el bautismo de fuego con éxito y elaboró una torta que conquistó el paladar de todos los comensales.

El renombre del plato trascendió las fronteras del palacio y llegó a otras dinastías con el mismo efecto. La fórmula y los ingredientes permanecían totalmente reservados. Debido al éxito, el chef autor del manjar se fue a trabajar a Budapest y Bratislava, pero luego de 16 años regresó a Viena donde abrió un prestigioso negocio de vinos y manjares refinados. Su torta seguía siendo el plato fuerte del local que rápidamente comenzó a expandirse por toda Europa.

Su hijo Eduard decidió continuar con la tradición y optó por perfeccionar la Torta Sacher que había ideado su padre. De sus manos nació el manjar con la forma que hoy lo conocemos. Pero el joven fue más allá y en 1876 decidió comprar un palacio y transformarlo en el Hotel Sacher que aún se mantiene vigente. Lógicamente, la especialidad del lugar era la suculenta torta.

Como en todo éxito, los conflictos son inevitables. Durante todo el Siglo XX, la receta fue un motivo de disputa entre la familia Sacher y la pastelería Demel quien decía ser autora de la fórmula. Tras siete años de litigio, la justicia le dio a la familia poseedora del hotel que llevaba su nombre el derecho a comercializar el manjar con el mote de Sachertorte.

A pesar de los misterios sobre su verdadera composición, esta torta vienesa consiste en dos planchas gruesas de bizcochuelo de chocolate unidas por una capa de mermelada de damascos. El manjar es cubierto íntegramente con un glaseado de chocolate helado que es lo que le proporciona el color. Muchos amantes de la pastelería optan por incorporarle una cucharada de crema Chantilly para proporcionarle mayor humedad a la receta.

Está claro que probar la delicia original es un lujo para pocos. Pero cualquiera está apto para tomar un recetario y ponerse a practicar, aunque sea una imitación.

“Nadie entiende que cocinar es un trabajo”

Joaquín Giani es el Director de Pastelería de la escuela de cocina de la prestigiosa Alicia Berger. Pero antes de sumergirse en el mundo de la gastronomía, el chef estudió Publicidad en la Fundación de Altos Estudios porque creía que era esa su vocación. Después de darse cuenta de que no la era encontró su camino y desde hace 18 años no se desprende de las ollas y las batidoras. Trabajó en diferentes restaurantes, en televisión para la señal de Utilísima de la mano de su profesora y dueña del instituto y después como parte del staff del programa Escuela de Cocina. Actualmente dicta clases en el mismo lugar que vio nacer su espíritu gastronómico y trabaja en un servicio de catering con su mentora Berger.

Mientras habla recorre toda la cocina con la mirada. Sólo se escuchan los motores de las heladeras. Allí en la escuela, su hábitat preferido Giani habla con mesura y cordialidad. La charla se interrumpe por un llamado telefónico pero se retoma rápidamente con la misma dinámica.

- ¿Por qué elegiste dedicarte a la cocina?

Te diría que fue como una casualidad o una causalidad en verdad. Es medio raro porque yo estudiaba Publicidad y en el último año de la carrera empecé a estudiar cocina como amateur pero como fue eso podía haber sido un curso de Ikebana ¿entendés? Fue como un hobbie. Después comencé a aprender cocina acá mismo pero de manera profesional. Arranqué a trabajar como asistente de la clase por dos años y después me tomo Alicia (Berger) como asistente personal de ella y así empecé a escalar de su mano.


- Y antes de que empieces a estudiar: ¿Qué contacto tenías con la gastronomía?

Siempre me gustó cocinar, desde que soy chiquito. En casa había una colección de un recetario de Buenas tardes mucho gusto y tenía una receta masitas de manteca que fue la primera que hice. Me acuerdo que la primera vez me salieron horribles pero como soy medio tozudo volví hasta que me quedaron bien. Cuando yo cocinaba eran scons o algo para la hora del té porque en casa se hacían muchas cosas.


- ¿Cocinás en tu casa?

Que pregunta complicada. Vivo solo así que casi no cocino (risas). En casa de herrero, cuchillo de palo.


- ¿Y en las celebraciones?

Ahí sí. Pero cuando sos cocinero, la gente tiene una mala costumbre que es la de decirte: “ah, vos que sos chef trae tal cosa”. Pero yo no sé si tengo ni ganas de hacer algo. Nadie entiende que cocinar es un trabajo, mucha gente lo relativiza aparte todo el mundo cocina de una u otra manera, ¿entendés?


- ¿Te gustó la experiencia de trabajar en televisión?

Es rara porque uno no está acostumbrado a eso, vos sos cocinero. A los que damos clases nos ayuda el hecho de tener gente enfrente todo el tiempo entonces cuando vas a la tele no te intimida que haya cámaras del otro lado de la mesada. En cambio para la persona que es solamente chef y pasa todo el día unicamente con el fuego, cuando tiene que hablar le cuesta muchísimo todo.



- ¿Qué rescatás de tu labor en televisión?

Te hace un poco más conocido pero salir en tele no te hace ni mejor ni peor cocinero. La gente cuando estás en el supermercado o en la calle te dice: “hay que tal fulanito de tal, como me gusta lo que haces o que difícil lo que hiciste”. A ese nivel te sirve la tv o cuando vienen a la escuela y preguntan quién es el profesor y dicen: “Ah, si, Joaquin Giani, lo veo en tv y me gusta”. Bueno, eso también te ayuda.


- ¿La docencia es lo que más te gusta?

Me encanta la docencia por dos motivos: uno porque me gusta enseñar y el otro es por el trato con la gente. En la escuela vos te dirigís de profesor a alumno o en algún punto de igual a igual. El alumno cuando estudia está atento a lo que vos le decís o le explicas en cambio en un restaurante, el comensal no te conoce entonces vos podes recibir buenos y malos comentarios. Muchas veces esas malas críticas no tienen mucho sentido.


- ¿Cuál fue el peor de todos los comentarios que recibiste?

Yo era el jefe de cocina de una confitería que se llamaba El Ángel Vistro. Una vez me había quedado sin esencia de vainilla para hacer flan. Lo único que me había quedado era una vaina que es carísima. Cuando vos abrís la vainilla suelta esos puntitos negros que es típico de la vaina, el que sabe lo reconoce. Entonces el camarero se llevo un flan pero me lo trae de vuelta diciéndome que el cliente quería que lo cambiaran porque estaba viejo. Entonces le dije: explicale que esos puntos negros es porque está hecha con vainilla de verdad que no es porque sea viejo. La respuesta que recibí fue que el cliente le había dicho que sabía cuando las cosas estaban viejas y que esos no eran puntos de vainilla. ¿Entonces entendés la diferencia? Vos acá en la escuela a una persona le podes explicar eso y lo va a comprender. En un restaurant hay gente que se empaca y quiere tener la razón.


- ¿Qué tiene de especial trabajar en un restaurante que no te da la tele o una escuela de cocina?

El restaurante es distinto en todo sentido, tiene una cosa de adrenalina que no tenés con las clases. Con la tv puede ser un poquito pero cuando estás con el servicio de un local gastronómico te preparas con tiempo y llega un momento que te cruzas de brazos porque ya tenés todo listo y sólo te queda esperar que venga la gente. Ahora cuando llegó el primer cliente empieza un movimiento y una cosa de acelere que es difícil de manejar pero eso es lo que lo hace interesante. La camaradería que se genera en la cocina es muy linda y uno por lo general saca un lindo grupo de amigos.


- ¿Qué es lo principal que le enseñás a un alumno?

En pastelería tener paciencia porque sino la tenés estás frito y también que no se pueden acordar de memoria las medidas de las recetas. El sentido de la lógica también es importante pero yo te diría que más que nada es la tranquilidad.


- ¿Eso es lo que no puede faltarle a un buen cocinero?

Además de paciente, un chef debe ser creativo porque si vos no volás un poquito con la cabeza, te quedás sólo con lo que aprendés y no podés ir un paso más adelante. Si vos no te salís de la receta no es que vas a ser malo pero vas a ser un uno más del montón. Tenés que ir modernizándote, aprendiendo de vuelta todo el tiempo.


- Una duda ¿Trabajaste alguna vez en Publicidad?

Nunca ejercí. De hecho fui a dos entrevistas de trabajo pero no quedé. Efectivamente lo mío era la cocina. La vida me fue marcando este camino.


Joaquín Giani contó su mejor anécdota en TV:



También habló sobre sus referentes gastronómicos:



Además se refirió a los alumnos de las escuelas de cocina:


domingo, 13 de noviembre de 2011

Facebook también deschava

La red social más visitada es multifunción. Una señora habitué de la página de fans de Silvia Barredo y Mirta Carabajal se cansó y liberó toda su bronca acumulada con las reconocidas chefs argentinas.

Pero además de hacer catarsis, esta seguidora del programa Rico y Abundante que se emite por la señal de Utilísima acusa a las conductoras de utilizar una muletilla a falta de sinónimos, un mal muy frecuente en las animadoras de los programas televisivos de gastronomía.

Pero este defecto que la señora denuncia indignada también afecta a otras caras de la televisión abocada a la cocina.

Si cambiamos de canal y hacemos una parada en El Gourmet vamos a poder ver a la joven Soledad Nardelli en el programa Sabores de mi Tierra.
Pero mientras apreciamos como la chef elabora platos típicos podemos escuchar como entre explicación y explicación repite incansablemente el monosílabo "¿Sí?" como para certificar cada paso. Algo que realmente podría molestarle a cualquier asiduo a estos contenidos.

En el mismo canal podemos apreciar las diferentes propuestas que conduce Donato De Santis para la señal que se emite para todo Latinoamérica. El italiano, fiel a su estilo, no deja de lado las raíces de su idioma y cada un segundo repite la palabra "allora" que en español se traduce como "bueno". Un conector muy recurrente y monótono que se utiliza con frecuencia en el inmenso y a la vez acotado mundo de la cocina.

Si seguimos haciendo zapping y pasamos por el distendido ciclo Cocineros Argentinos que se emite por la TV Pública veremos a Guillermo Calabrese y todo su equipo elaborando recetas fáciles que están al alcance de cualquier amante de la gastronomía. También podremos observar como el "mal de la muletilla" ataca a la chef pastelera Ximena Sáenz que al término de una frase repite incesablemente "Ahí está" como para darle énfasis a la explicación de los diferentes pasos de una receta.

Precisamente, el reconocido cocinero argentino Ariel Rodriguez Palacios reitera el mismo término durante la elaboración de un plato. La palabra encaja perfecto con su cocina ágil e informal.

Si nos retrotraemos a la década del '60 cuando Doña Petrona C. de Gandulfo hacía una revolución en la gastronomía argentina, las muletillas también se adueñaban del vocabulario de los cocineros aunque con menos intensidad. Los tiempos eran otros y no se cocinaba con la vorágine televisiva que rige en estos tiempos. Sin embargo, en su hablar pausado, los televidentes podían distinguir como este icono de la cocina pronunciaba la palabra "señora" para reforzar a qué público iban dirigidos sus trabajos.

Cuando los sinónimos escasean y los tiempos apremian, los chefs intentan salir airosos como pueden, aunque algunos seguidores se fastidien y lo hagan saber.