Eran tiempos difíciles. La preocupación era ineludible. Los boliches y la diversión eran cosas superficiales para su vida. Tenía su cabeza ocupada en su recuperación, su familia y la gastronomía, su gran pasión. A los 17 años, Juliana López May entraba y salía de los hospitales donde la quimioterapia resultaba la solución para curarse de una enfermedad. Pero la cocina era su principal fuente de energía y vitalidad. Durante todo el año que duró su tratamiento, ese espacio de la casa funcionó como un templo sagrado donde entre recetas y ollas pasaba gran parte de su tiempo. En esos momentos ya elegía recetas simples que requirieran poca elaboración.
Esa fue la primera prueba piloto. En realidad, Juliana transitó gran parte de su vida en la cocina.En ese lugar tan especial de su casa había mucha vida social y continua actividad. En tiempos en que todavía vivía junto a sus tres hermanos, su madre Leonor hacía tortas alemanas para vender mientras sus hijos la miraban sentados desde algún rincón. Además, siempre que se pudiera, la morocha aprovechaba para tirarse harina con su hermano Máximo, con el que comparte la profesión de chef y tuvo la oportunidad de trabajar en la señal El Gourmet.
Cuando iba a visitar a su padre probaba los asados más ricos de su vida o se deleitaba con sus pizzas o manjares de la cocina árabe.
Nunca tuvo dudas sobre pasión. Cuando finalizó el secundario en una escuela de Buenos Aires, ya sabía que quería estudiar algo relacionado con la alimentación, razón por la que se anotó en la carrera de Nutrición. Poco tiempo le llevó darse cuenta que definitivamente su lugar estaba en la cocina y desde ese momento comenzó a tomar clases de gastronomía. Fue allí donde desarrolló su estilo simple y mediterráneo optando siempre por priorizar los productos de estación.
Los obstáculos comenzaron a cruzarse también en su formación. Mientras realizaba una pasantía en un restaurante, uno de sus docentes se burló diciéndole: "¿Te llamás Juliana?¿Tu hermano se lama Brunoise entonces?". Eso sumado a otros malos tratos hicieron que sufriera gran parte de su estadía en ese lugar y muchas veces llegara a su casa con lágrimas en sus ojos, masticando bronca y amenazando con no volver a ese lugar.Pero eso no fue impedimento para continuar su preparación hasta que pudo conocer a Francis Mallmann, quien se encandiló con su simpatía y su talento y la llevó a trabajar como asistente a EE.UU, Europa y América Latina. Allí comenzó un período de aprendizaje y de viajes. “Los primeros diez años de profesión fueron los que más me llenaron. Absorbía lo que me enseñaban como si fuera una esponja. Tenía una pasión por lo que hacía que nunca se llenaba, siempre quería más y más”, contó en una entrevista para la revista Paratí.
Su vida no era nada monótona precisamente porque a ella se preocupaba porque que así no lo fuera. Con más experiencia, conocimientos y viajes encima, Juliana decidió independizarse porque no quería que su vida consistiera solamente en vivir en los restaurantes. En ese tiempo conoció a las hermanas Jessie y Jackie Leckerman, y juntas abrieron C.O.C.I.N.A, un taller de gastronomía donde además cocinan comida orgánica. "Al conocerlas empecé a darme cuenta de que la cocina de cualquier parte del mundo puede ser saludable. Se trata de elegir un pollo orgánico en vez de uno lleno de hormonas”, declaró.
Ahora, con su restaurante propio en Tigre, una huerta propia, su primer libro y un programa de nutrición en la señal El Gourmet, Juliana deleita a su marido y sus dos hijos con pastas, productos de estación, sandwiches livianos y ensaladas mientras escucha música cantada por mujeres.
La Chef que no aparece en Wikipedia ni en las tapas de las principales revistas es un icono de la cocina saludable, siempre fiel a su estilo descontracturado, simple y natural.
Correcciones:
ResponderEliminarBuen posteo. Bien redactado en general.
Separar los párrafos.
Citar los medios en cursiva.