miércoles, 19 de octubre de 2011

Nada de fútbol

Por un momento creí no haber leído bien el letrero de la puerta de entrada. Pero mis ojos me permitieron corroborar que no estaba equivocada. La luna y la agradable temperatura ambiental presagiaban una buena cena.

Al ingresar al restaurante, un cúmulo de murmullos invadió mis oídos. Había un clima de disconformidad y enojo. Un joven que se encontraba sentado casi enfrente al plasma más grande del lugar, tiraba suspiros al aire. Sus rasgos reflejaban todos los signos de la indignación. Vestía una camiseta de Racing del Apertura 2001 - con la que el equipo de Avellaneda había salido campeón luego de 35 años- zapatillas negras y un pantalón deportivo azul. Estaba acompañado por una mujer y una nena que también lucían indumentaria de La Academia al igual que la mayoría de los comensales que ocupaban casi todas las mesas del lugar. Seguramente con los suspiros que salían expulsados de su boca intentaba cambiar su suerte. O por lo menos deseaba que las pantallas que cubrían las paredes del local dejaran de mostrar diferentes pruebas de natación correspondientes a los Juegos Panamericanos que se disputan en Guadalajara para que comenzaran a reflejar el encuentro que se estaba jugando en ese momento entre Racing y San Martín de San Juan.

No era que ese programa resultara poco interesante pero el lugar se llama Locos por el fútbol, por lo que no era algo muy disparatado, ni estrambótico el pedido de esa gente. Seguramente pensaron que al elegir un sitio con ese nombre era imposible que no transmitieran un encuentro de fútbol. Pero evidentemente esa conjetura había fallado.

Los mozos caminaban a lo largo de las mesas sin advertir demasiado el descontento de los comensales. Se preocupaban por mantener el equilibrio de las bandejas que llevaban en sus manos. Los más habilidosos llevaban los platos sobre sus brazos con la misma indiferencia.

Un chico ingresó al local y se acomodó en la única mesa que quedaba libre. Tenía los mismos deseos de ver a su equipo que el resto de las personas, por lo que rápidamente comenzó a sentirse incómodo. Mientras se terminaba de acomodar, un empleado del bar temático se acercó a traerle la carta. Se fue tan fugazmente que no tuvo tiempo a hacerle referencia a su disgusto por esa situación. Apenas había podido cruzar un saludo burocrático. El partido ya había comenzado y el joven no tenía ninguna posibilidad de verlo o escucharlo porque ni siquiera contaba con un celular dotado de tecnología que se lo permitiera.

Las pizzas y las picadas eran las reinas de ese lugar. El muchacho recién llegado no tardó demasiado en elegir su pedido y se decidió rápidamente por una Calabresa. Se notaba que no quería perder tiempo. Mientras recorría el menú con la vista pensaba seriamente. Se encontraba sólo por lo que no podía descargar su bronca en ninguna persona. De vez en cuando miraba a su alrededor a las distintos comensales que compartían su sentimiento por Racing pero ninguno se atrevía a hacer algún comentario al respecto. Sólo se mostraban incómodos y disgustados.

Evidentemente tenía que hacer algo él. Cuando el empleado se acercó a tomarle la comanda, le dijo el menú elegido rápidamente, casi atragantándose con las palabras. En definitiva, ¿Qué importaba eso? Había una razón más importante. Mientras el mozo anotaba el pedido en su libreta, el chico aprovechó para hacerle una sugerencia. “¿Habrá alguna posibilidad de mirar el partido de Racing, señor?”, expresó el joven que no debía tener más de 25 años con voz temerosa. Inmediatamente, el empleado lo miró fijo como si le estuviera pidiendo una misión imposible. “Voy a ver qué puedo hacer”, le contestó con frialdad. Esas palabras quedaron resonando en su cabeza. La espera del muchacho se estaba haciendo interminable.

Una señora de unos 55 años que estaba cenando con su hija utilizó la tecnología de su Black Berry para mirar cómo iba el partido. A través de internet pudo comprobar que iban diez minutos del primer tiempo y que el encuentro continuaba igualado en cero. Pero no quiso reservarse la noticia y aprovechó un silencio para comentarlo con los demás comensales del lugar: “Muchachos, tranquilos que empatamos” El resto de las personas del lugar esbozaron una sonrisa inocente. Luego de ese acto de solidaridad, los ojos de la mujer se fijaron en las pantallas del lugar que tan sólo reflejaban pruebas de 100 y 200 m de natación. Quizás si la señora miraba fijo los monitores el canal se cambiara por telepatía, quien sabe; a esa altura cualquier cosa era válida.

De repente, se hizo el milagro. En uno de los televisores, que por cierto no debía tener más de 17 pulgadas, se comenzó a ver el partido de Racing y San Martín de San Juan. Sólo un señor de unos 60 años que se encontraba sentado enfrente de la pantalla podía ver el espectáculo con claridad. El resto se esforzaban y se resignaban a mirar lo que sus ojos le permitían.

Mientras la gente miraba el encuentro como podía, el mozo se acercó al joven que tuvo el coraje de pedirle que le permitiera ver el partido. El empleado lo miró fijo y le colocó la pizza que había elegido sobre la mesa. “Muchas gracias”, expresó el muchacho. El mozo se sonrío irónicamente y continuó con su trabajo.

Apenas finalizó el partido de fútbol aquél chico audaz abandonó el lugar dejando atrás la bronca por el empate en cero y cinco pesos de propina. Ya desde afuera del local culinario se detuvo unos segundos para mirar el cartel de la puerta de entrada al igual que lo había hecho yo cuando llegué al bar. Por lo visto, el joven pudo corroborar que el fútbol y la gastronomía no van de la mano en ese lugar.

1 comentario:

  1. Correcciones:
    Buena crónica. Bien el trabajo en general. Me quedé con ganas de leer más textuales.

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